Sin
duda, esa tarea no está exenta de la dicotomía epistemológica entre centro y
periferia, con una fuerte carga desvalorizadora de lo indígena. Al mismo
tiempo, el discurso indígena es portador del bagaje colonial, neocolonial y
recolonial que impone una convivencia difusa de códigos originarios con los
propios de la civilización occidental, tal que coexisten sin demarcar
territorios, entretejidos y superpuestos, volviendo difícil identificar cuánto
de la denominada cosmovisión ancestral está formateada por categorías
eurocéntricas.
El
tema de la descolonización no ha sido todavía lo suficientemente reflexionado,
por lo que es entendido según el color del lente con que se lo mire, aunque, en
general, tiende a ser interpretado como un problema étnico que atañe
exclusivamente al indígena. Existe la apreciación de que la colonización afectó
solamente a los que nunca se autodenominaron “indios”, ahora “indígenas”,
cuando la llegada de Colón truncó, torció e involucionó el desenvolvimiento de
la identidad de los seres humanos que poblaban el Abya-Yala o América, al
someterlos a la explotación, el esclavismo y la evangelización con una
finalidad civilizadora frustrada, pues nunca se concluyó de asimilar estas
culturas a la matriz occidental.
Esta
perspectiva alienta la idea de que la descolonización en Bolivia tendría que
apuntar a la preservación y/o recuperación de la identidad originaria del
indígena andino-amazónico, lo que, desde una lógica dicotómica, carga con el
supuesto de que este sector estaría renunciando a su integración a la modernidad
para convertirse en un gueto esotérico.
La
propuesta gubernamental boliviana se declara como una opción de vida para
cualquier ser humano en Bolivia y el mundo, a la vez que aspira a construir los
nuevos escenarios que harán posible salvar al planeta y la humanidad a partir
del sentimiento ancestral de unidad hombre-naturaleza. Sin embargo, tiene un
contenido altamente etnocentrista, aymaracéntrico, que reclama en exclusiva
para los originarios andinos la potestad de “generar nuestras propuestas
conforme a nuestras raíces e identidad”
La
descolonización no es un alternar el ejercicio etnocéntrico y pensar que
occidente no puede debatir con el pueblo indígena sobre cómo vivir en armonía
con la madre naturaleza. Si se le proyecta esa incapacidad e ignorancia, se
estará considerando que es occidente quien ahora debe ser salvado por el otro
desenterrado, lo que no hace más que reproducir las mismas actitudes
colonizadoras que guiaron el proyecto de la modernidad.
Es
decir que el nuevo paradigma debe ser construido y reconstruido con el aporte
de todos los individuos del mundo –y no sólo los andinos– que se sientan unidos
y equilibrados con la naturaleza, el cosmos y la totalidad de la realidad. Ello
implica la deconstrucción-reconstrucción de los modelos conceptuales,
epistémicos y vivenciales que rigen las relaciones humanas en todo el planeta,
así como las relaciones entre el hombre y la naturaleza; por tanto, excede con
creces cualquier visión reduccionista que pretenda limitarla o circunscribirla
a un grupo étnico, o aún al ámbito social boliviano.
Antes
bien, es fundamental cerrar toda posibilidad de bipolaridad ideológica y
abrirse a múltiples visiones de realidad, de ser humano y de conocimiento,
incluida la indígena andina, pero no en exclusiva, porque eso trasluciría un
nuevo etnocentrismo o una inversión del actual etno-eurocentrismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario